IagoMax
  Capitol7
 

Max, Iago y Eli están sentados en unos asientos habilitados para 4 personas. Max anda perdido por algún lugar del paisaje, un idílico infinito que les acompaña desde que dejaron Barcelona. Ese paisaje parece haber sido dibujado con unas acuarelas inspiradas con un fondo perfectamente definido pero que al traspasar la frontera de la realidad se desdibuja en una inmensa mancha uniforme e indefinida reposando en primer plano.

Max selecciona los recuerdos a olvidar y los clava en aquel cuadro en movimiento como quien clava fotos en un corcho, para verlos desaparecer a toda velocidad en la inmensidad del recuerdo escondido en el paisaje. Atrás quedan, esparcidos por aquel espacio infinito. Iago le toca la pierna a Max devolviéndolo suavemente a la realidad. La sonrisa de Eli, dotada con el don de la serenidad, le da la bienvenida. Con su mirada se excusa por haber estado fuera de órbita durante un tiempo indeterminado. Iago le pone en antecedentes.

- Decíamos que K ha cogido un piso bastante chulo. Está cerca del centro – le explica Iago.

- ¿Os estáis dando cuenta de que nos estamos aburguesando? – ironiza Max.

- Sí, supongo que con el tiempo nos vamos acomodando. Los ideales alimentan la mente pero no el estómago – puntualiza Eli.

- ¿Y K nos va a recoger o vamos al piso? – pregunta Iago. Desde que salió el tema de trasladarse a Madrid y comenzar una vida nueva, una especie de brillo, la ilusión de un niño pequeño, se instaló en sus ojos. Por una vez, ha tenido la opción de poder escoger y la posibilidad de hacerlo realidad. Y más con gente amiga, lo más cercano a una familia.

- Nos recoge en la estación, vamos a casa, dejamos las cosas, nos cambiamos y de fiesta ha dicho. Y yo no le llevo la contraria – determina Eli, quien de vez en cuando, y de manera disimulada, acude a sus recuerdos, a su pasado, donde se tortura con los recuerdos que podían haber sido.

- Esta K. Con las ganas de llegar a casa y tumbarme en la cama... – Iago hace un amago de interrumpir -. Iago, dame un rato para descansar, hombre. –

 Iago asiente, pillo, dejando que el niño al que le han dicho que no, se exprese por él. Eli, disfrutando del momento teatral que le han dado estos dos, se comienza a reír, cómplice de la pareja. Iago, la mira, y sonríe pícaramente. Le guiña el ojo y mira a Max haciendo exagerados pucheros. Max le mira con la versión expresión de ojos de la frase “¡qué fuerte me parece!” y le da un beso que parece de divertida consolación. Iago reposa su cabeza en el hombro de Max al mismo tiempo que esboza una enorme sonrisa de niño bueno. Max le mira y se empieza a reír también. Son las cosas de Iago. Cosas que también le hacen gracia a Eli, quien no duda ni un instante en dar vía libre a la risa.
 

José B. Fernández

 
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